lunes, 15 de octubre de 2007

Hablemos de algo ligero... hablemos de series






Por fin me han pasado la segunda temporada de Perdidos, y estoy hecho un flan.



La primera la vi en su día cuando la echaron en la tele, sentándome religiosamente ante la caja tonta todos y cada uno de los días de emisión. Llegué a poner excusas absurdas para evitar citas si coincidían con mi serie preferida, porque me daba vergüenza admitir que, lo que en realidad quería, era ver un serial televisivo. Para mi desgracia, la segunda temporada no la pude seguir como a mí me gustaría: para empezar, me perdí el primer capítulo. Seguí viendo algunos capítulos, descubriendo el misterio de los búnkers y tal, pero al final la dejé por la mitad porque prefería verla bien, sin saltarme ni uno solo. Además, ya empezaban a rular por ahí dvd´s con toda la temporada, bajada de la Mula y subtitulada.



Pero al final, nadie me pasaba los discos y yo no tenía internet (quién me ha visto y quién me ve). Ha tenido que ser un compañero del curro el que me los ha prestado, en una magnífica edición pirata del cofre original traída de México (Ándele, manito, mire qué bizarro). Por fin obran en mi poder, con toda la calidad y todos los extras.



Decía que estoy hecho un flan porque, la última vez que me pasaron una serie, me senté en el sofá y me la vi del tirón. Fueron diez capítulos, 705 minutos en total, que cayeron uno tras otro en un par de madrugadas del fin de semana. Apasionante y, a la vez, agotador. La segunda temporada de Perdidos tiene 23 capítulos, más uno de extras, de 42 minutos cada uno; eso hace algo más de ¡1000 minutos! Como me los vea del tirón me muero, seguro.



Hay leyendas urbanas que cuentan que hay quien se vio una temporada entera a lo largo de un finde y acabó medio muerto. Incluso conozco un tipo -de los que me prometía que me pasaría los famosos dvd´s- que aseguraba haberlo hecho, aunque al final confesó que sólo había visto la mitad. De una tacada, eso sí. De todas formas, se trata de una leyenda multiforme, porque cuando salió el Doom -el primer juego de disparos en primera persona, que se hizo realmente popular porque se podía jugar en red- el fenómeno fue de tal calibre que historias de este tipo se hicieron muy populares.



Una de ellas hablaba de un oficinista que se quedó en el curro todo el finde, enganchadísimo, metiéndose rayas para no parar de jugar, al que encontraron muerto en su despacho el lunes. Hace poco parece que le pasó a un freak coreano, que jugó al Starcraft -deporte nacional coreano- hasta que le reventaron las meninges. Aunque a lo mejor se trataba del World of Warcraft, pero da igual, hablamos de lo mismo.



Hablamos de enganchones tremendos a series de televisión.



Ya no hace falta quedarse en casa para verla con anuncios, gracias a la Mula y los cofres con temporadas completas las puedes ver cuando quieras, subtituladas y con extras jugosones. Ya nadie se avergüenza de ver series, y hay incluso una especie de competitividad por ver quién es el primero que se las baja. ¡Cuánto han cambiado las cosas!



Y después de la segunda temporada, me van a pasar la tercera. Y un colega se está bajando la segunda (y última) de Roma, otra que me tuvo pegado a la tele como un yonki. Seguro que la segunda de Héroes está también al caer.



Joder, casi que me estoy empezando a agobiar.

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